jueves, 29 de octubre de 2009

El amado, siempre.






Transitaba por un corredor y al cruzar una puerta volvía a transitar el mismo corredor con algunos breves detalles que lo hacían distinto. Pensaba que el corredor anterior lo había soñado y que éste sí era real. Volvía a trasponer una puerta y entraba a otro corredor con nuevos detalles que lo distinguían del anterior y entonces pensaba que aquél también era soñado y éste era real. Así sucesivamente cruzaba nuevas puertas que lo llevaban a corredores, cada uno de los cuales era para él, en el momento de transitarlo, el único existente. Ascendió brevemente a la vigilia y pensó: "También ésta puede ser una forma de rezar el rosario".


Álvaro Mutis, La mansión de Araucaíma, 1973

¿Cómo pude amarte tanto y despertar sin vos?
No es cierto!
¿Dónde estás?

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