Yo había rodado con la intención de darlo, a ese terrible Amigo, una rival menos ingenua. Seducir a Dios, era quitarla a Juan su porte de eternidad, era obligarlo a caer sobre mi con todo el peso de su carne. Pecamos porque Dios no está: como nada perfecto se presenta a nosotros, nos resarcimos con las criaturas. Cuando Juan comprendiese que Dios era solo un hombre, ya no habría ninguna razón para que no prefiriese mis senos. Me atavié como para ir a un baile; me perfumé como para meterme en
Me dí cuenta en seguida de que no podía seducirlo, pues no huía de mí.
Sigo releyendo a mi amada Yourcenar. Esta vez en María Magdalena, o la Salvación. Me encanta este breve relato que forma parte del libro Fuegos. Como tengo pensado volver a escribir muy pronto, y también estudiar guión con mi amiga y alumna de yoga Lucía Martinez (http://deparametros.blogspot.com/), estoy ejercitándome en la lectura de diamantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario